Historia de la marca

Clarimonda: renacida por la alquimia de la tierra

  • Dormida bajo la piedra, el mármol y la memoria, Clarimonda no escuchó plegarias, sino raíces.
  • No vio cruces, sino hongos, aceites y pétalos que tejían un manto de vida sobre su cuerpo inmóvil.
  • Fue la tierra —no el cielo— la que la reclamó.
  • No fue un beso lo que despertó su cuerpo,

🌿 El romero le devolvió la fuerza para abrir los ojos.

🌹 El agua de rosas damascena acarició su piel como un recuerdo de juventud.

🌼 La manzanilla calmó las heridas abiertas por siglos de silencio.

💧 El ácido hialurónico devolvió a sus labios la humedad perdida.

☀️ La vitamina C encendió de nuevo la luz en su interior.

🌙 El retinol borró las sombras de su piel marchita.

La niacinamida la reconcilió consigo misma, sellando la calma en cada poro.

🌱 Las células madre y el colágeno rehicieron sus tejidos como hilo del tiempo que se vuelven a trenzar.

🍃 El hamamelis cerró sus heridas como una promesa cumplida.



Ese mismo poder de renacimiento y perfección es el corazón de Clarimonda como marca.

Cada fórmula es un eco de aquel conjuro, pensada para que tú también recuperes la fuerza, la belleza y la verdad de tu piel.

Porque todos tenemos una historia, y tu piel merece contar la mejorversión de la tuya.


Clarimonda no solo cuida tu piel: la despierta.

Cuando Clarimonda emergió, su piel era la promesa cumplida de toda leyenda vampírica:

lisa como mármol pulido, luminosa como la luna llena, sin la huella de los siglos que había dormido

Pero no estaba sola. Otros dones de la tierra se unieron al conjuro:

La cafeína activó su mirada, despejando la bruma de los siglos.

La cúrcuma encendió el resplandor dorado de su piel.

La biotina fortaleció la hebra dorada de su cabello y la firmeza de su piel.

Aceites de salvado de arroz, argán, coco y ricino nutrieron sus fibras más profundas con la suavidad de un beso antiguo.

Vitaminas E, F y B5 sellaron la juventud en su dermis como si fuera un pacto sagrado.

El extracto de lila trajo frescura y pureza de primavera eterna.

La mucina de caracol restauró la superficie de su piel, borrando marcas y cicatrices.

La centella asiática curó con paciencia las grietas del tiempo.

El té verde le dio la energía de un amanecer.

El escualano creó un velo invisible que protegía su nueva vida.

El jugo de hoja de aloe barbadensis calmó, hidrató y devolvió elasticidad a cada centímetro de su piel.

La alantoína completó la obra, cerrando el círculo de su renacimiento.

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